domingo, 2 de diciembre de 2007

Si Darwin estudiara a Porky...

Como si no fuera suficiente ultraje para los monos acusarlos de ser nuestros padres evolutivos, ahora un grupo de investigadores británicos y estadounidenses, después de examinar fósiles en la zona de Karoo (actual Sudáfrica), se ha dado a la tarea de regar el runrún de que el verdadero culpable de tanta degeneración es una especie de cerdo prejurásico que vivió hace 250 millones de años en el desierto sudáfricano.
Y es en extremo peligroso que los científicos se presten para estos maliciosos jueguecitos, porque al ser uno de los pocos grupos de profesionales que conservan una pizca de credibilidad en este moderno maremágnun de globalización y reelecciones, cualquier hijo de vecino se cree el bochinche.
Mira uno a su alrededor y al verificar que, además de perder el jardín del Edén, hemos procreado a tantos sindicalistas, buseros , políticos reelecionistas y demás íncubos, y termina no sólo creyéndose descendiente de un cerdo antiquísimo, sino de cualquier bestia que se le ocurra a un recién graduado de la Universidad Nacional.
Cuentan estos malhablados hombres de ciencia que el susodicho animal, el lytrosauro, comenzó a desarrollarse cuando aún prosperaban los dinosaurios, esas montruosas criaturas sólo comparables a los ministros de economía y a las fabulaciones jurásicas de Spielberg.
Por su parte, un diario tan prestigioso como el Sunday Times señaló que el aparato nasal del lytrosauro demuestra que se trataba de un animal de sangre caliente, lo que le permitió sobrevivir a la sequía y al aumento de la temperatura que acabó con los inquilinos del Jurasic Park. Lo que no explica ni el periódico ni los científicos de marras es cómo una bestia de sangre caliente puede dar origen a un siniestro abogado, legislador o a un busero, especímenes que actualmente son señalados como animales de sangre fría. Ni repara tampoco el susodicho diario que aunque han evolucionado a otros niveles más refinados, los actuales descendientes de Porky conservan en toda su majestuosidad el formidable aparato nasal, que, al final de cuentas, les permite sobrevivir a tanta corruptela, parapolítica y otros escandalillos muy frecuentes y comunes por estas fincas.
Definitivamente no podemos estarnos creyendo los absurdos cuentecitos que individuos desvariados ponen a rodar con no se qué perversas intenciones. Por muy británicos o gringuitos que sean. O por muy graduados de Harvard o de Oxford que vengan.

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