viernes, 7 de diciembre de 2007

Pinceles de libertad

¿Para qué pintar?...Es la pregunta que me asalta muchas veces ajetreado entre los pinceles. ¿Para qué pintar? No puede ser por el dinero porque, hasta hoy, con suerte he logrado vender tres o cuatro de mis obras. Tampoco para inmortalizarme porque después de unos años de tragar tierra bajo una loza, ¿qué puede interesarle a alguien que lo recuerde la posteridad? Ha de ser entonces por simple LIBERTAD. Si, por ejercer ese derecho de hacer, decir y pensar lo que me venga en gana. Pinto así como otros salen en la televisión, escriben, viven, piensan o simplementan respiran bajo el cielo que ellos eligen para sí. Como todos, hago lo que hago por ejercer la razón y el derecho que me asiste desde que arribé a este mundo: por ejercer mi LIBERTAD. Libertad que debemos defender a toda costa, que debemos proteger de los desplantes y abusos de aquellos simios que aunque vistan de rojo o verde olivo aún permanecen en las ramas del primitivismo y la ignorancia. De norte a sur, de este a oeste, cada uno de nuestros actos está motivado por la LIBERTAD. Así de simple.

Cosas veredes...

Ataque de pánico súbito le llaman. Te sudan las manos, te palpita el corazón y sientes una urgencia incontrolable por correr hacia donde sea; lejos del miedo y la angustia. Y eso no es todo: te conviertes en reo voluntario de tus miedos y temores...hasta que sientes que siete meses de encierro ya es suficiente. Entonces haces a un lado el orgullo y reconoces que concertar una cita con un psiquiatra no es el fin del mundo. Ni siquiera es la antesala a cuartos acolchados y camisas de fuerza. Más bien es el inicio de un proceso de autoconocimiento y la hora de afrontar una dolencia sicológica que hace mella en la vida de cientos de miles de individuos que, o no se atreven a enfrentarlo o ignoran su padecimiento: sólo lo sufren. Unas sesiones con la psiquiatra y unas pastillitas recetadas por un período más o menos significativo y recobras la libertad. Recobras tu vida. Aprendes que el estrés, las preocupaciones, las angustias, son todas un modo de vida para nada saludable. Y valoras en su justa dimensión aquello de "no sólo de pan vive el hombre".También vive de su paz mental; de la tranquilidad que pueda alojar en su espíritu.

Entibiar el hielo

Un fenómeno se extiende como una gripe por la internet: los weblog. Una porción de espacio -cada vez más creciente- cuya principal característica es la intimidad, el acercamiento personal. Algo que le faltaba a un monstruo tan frío e impersonal como lo era la red. Los temas cubiertos son tan variados y múltiples como cada uno lo quiera hacer en su espacio. Los hay culturales, confesionales, en torno a un tema particular, pero siempre vertebrados en esa característica ya mencionada: la intimidad; es un diálogo entre personas lejanas y muchas veces desconocidas, pero que se esfuerzan por echar por tierra los muros de incomprensión que supuestamente las separa. En mi opinión muy personal - que nadie está obligado a compartir- esta será la principal virtud del fenómeno comentado: nos ayudará a confirmar de una vez por todas que son muchísimas las cosas que nos unen y demasiados pocas las que tienen la fuerza suficiente para separarnos. Ahí está la clave: se humaniza el ciberespacio.

En las ramas

Creo en la igualdad de oportunidades para todos. En lo que me resulta difícil creer es en la igualdad de todos los seres humanos. Hay algunos más iguales que otros, así como los hay menos iguales. Porque se topa uno a cada imbécil cuyas únicas virtudes son una letrina por boca y una pobreza mental que se reduce a tres o cuatro insultos o palabrotas. Y encima interpretan el silencio de los demás como cobardía. Afortunadamente, cada vez son menos. Aumenta el desprecio y la indiferencia que los anula, que se compadece de esos congéneres que aún no bajan de las ramas para intentar caminar sobre sus pies. Quizás ya falte muy poco tiempo para su extinción. En un mundo donde el cambio es la norma esos primates no podrán sobrevivir. En una realidad cada vez más compleja es la prudencia y el respeto solidario los que determinarán que logremos alcanzar el futuro. Hasta entonces, ignoremos a quienes lucen por único argumento los gritos y los insultos. El silencio, en estos casos, es virtud, que no cobardía.

Palabras...¿al viento?

Y es que tampoco las valorizamos...todo lo contrario. Las desgastamos, las trillamos, las amontonamos. Así como se amontonan los bultos en un depósito; una encima de la otra; una en pos de otra. Hasta que pierden valor. Hasta que pasan a significar casi nada. Nos acostumbramos a verlas como un conjunto, sin aristas, desperdigadas por las hojas abandonadas de un diccionario. Y llegan épocas incoloras en que las pronunciamos y ya nada significan. Las vomitamos como lo hace con el alcohol un borracho desenfrenado. Y pasa que amistad, amor, comprensión, perdón...pasan a ser sólo vocablos que soltamos por no escuchar el silencio; por no enfrentarnos al misterio de una mirada, o a la espera silenciosa de una esperanza. Quizás cuando reaccionemos y volvamos a apreciar las aristas que presentan esas y otras muchas palabras, tal vez sólo entonces volvamos a recuperar nuestra humanidad. ..

Los modernos vampiros

Que es un vicio, claro. Pero no de alcohol, nicotina, ni mucho menos cualquier otra porquería. Pero, vicio igual. Te levantas en la mañana, y aún sin sacudirte la modorra corres a la esquina acostumbrada a comprar los dos diarios de tu predilección. Regresas, enciendes la tele en los noticiarios o en los programas de comentarios matutinos y mientras desayunas te disparas todas las páginas de los cachivaches que buscaste con tanta urgencia. Terminas atragantado entre tanta miseria y malas noticias. Políticos corruptos, policías abusivos, promesas incumplidas y víctimas de la fatalidad, la violencia o del desencanto. Terminar colgado de una soga no es como para facilitarle la digestión a nadie. Pero eso es el periodismo. Como dicen ellos mismos: las buenas noticias no venden. Qué le vamos a hacer. Pudimos haber sido sastres, o camioneros, o vagos empedernidos. Pero, no. Tuvimos que obstinarnos en ir a la universidad y estudiar esa vaina. Una especie de vampirismo moderno, a pesar de todas las buenas razones que algunos invoquen para justificar la profesión. ¿Libertad de expresión? ¿de información?...Qué va. ¡Dráculas del último siglo! ..

Las bardas derruídas

Y nada. Que entre el pasar de los años y las urgencias de criar a los niños siempre queda un sueño pendiente. Soy caricaturista político de profesión; estudié periodismo y escribo artículos eventuales de humor y sátira social, y hace aproximadamente 8 años comencé a pintar. Desde pequeño siempre quise ser pintor. A la manera de Miró, Picasso y Van Gogh. No quería ser otra cosa. Pero en un pueblo rural la gente no ve eso con muy buenos ojos. ¿pintor?, decían, ¿y qué piensas comer? ¿estás dispuesto a morirte de hambre? Y al final el peso de las dudas sembradas le relegan el sueño a un rincón oscuro de la conciencia y el corazón. Hasta que un día el hastío de lo cotidiano y la repetición de un día tras otro, todos iguales, te suenan la campana de alerta y te susurran que algo te falta aún. Es ese viejo sueño que dormitaba en los pliegues del olvido y la memoria; que enmohecido por el abandono no ha muerto. Y entonces tomas un lienzo, un pincel e inicias una lucha angustiosa y difícil. Más angustiosa y difícil que la lucha de tu rutina diaria. Pero, eso sí, más llena de encanto y satisfacciones. Comienzas a crear y cada nuevo cuadro que logras -uno entre decenas malogrados- le inyecta un nuevo aire de frescura a tu vida. La sientes más amplia, más llena y, sobre todo, menos restringida porque con tus nuevos esfuerzos has echado por tierra las cercas y bardas que la limitaban.

Estampitas de cristal

Es que la televisión se ha venido a convertir en una especie de santoral moderno, como quien dice, de la era digital. Nos sentamos frente a ella y optamos por creer todo lo que nos presenta, sin ejercitar una sola de nuestras neuronas, y aceptando como artículo de fe cuanto vemos y oímos en la pequeña pantalla. Por ello no es de extrañar que, como una plaga de hongos que se multiplican descontroladamente, se nos paren al frente cualquier cantidad de individuos, que hasta ayer desconocíamos, pontificando y gesticulando sus dogmas de fé recién bajados del Sinaí. Frente a la que una vez fuera la caja boba y ante tan imponentes titanes de la integridad y la virtud cívica recuperamos la fe en el género humano. ¿Cómo es posible que pensara tan mal de la humanidad teniendo entre nosotros a un individuo que más parece un dios bajado de las cumbres del Olimpo? Craso error. Facilítale lo que quiere - una silla presidencial, un escaño legislativo o tu voto en la urna- y serás testigo de la más lamentable y estrepitosa caída de un ídolo con pies de barro. ¿Cómo reconocer a estos bichos traicioneros? Cúidate de los que te hablan de virtudes ciudadanas, de libertad y transparencia, de la sociedad corrupta que nos envuelve... Y cúidate sobre todo de aquellos que muestran un claro desfase entre sus obras y sus palabras.